Recreación napoleónica "3 Naciones"
Astorga. Año 2018

Año del señor 1808. Astorga. La simple idea de imaginarlo me hacía temblar. En cuanto me dijeron que Napoleón en persona iba a venir a Astorga supe que no podía perderme el acontecimiento. Mi esposo, miembro de la Junta de defensa de Santander también debía estar presente. Sin duda alguna, sabíamos que la presencia del Emperador Napoleón ponía las cosas muy difíciles al ejército aliado y se corría el grave riesgo de perder la batalla.
Una vez instalados en la ciudad, hemos dedicado la mañana de este Sábado a ver los campamentos de los soldados y comprobar sus instalaciones. No hemos podido evitar acercarnos de incógnito a la tienda imperial donde el Emperador de los franceses ha establecido su campamento. El viento soplaba fuertemente en los alrededores de la carpa Imperial, tanto que ha arrancado la pluma de mi sombrero. El vuelo inquieto de las aves en el cielo y la atmósfera turbia que se respiraba en el ambiente han sido para mi como un presagio de que la inminente batalla iba a ser muy sangrienta.
Así estábamos mi esposo y yo contemplando el entorno cuando de pronto hemos escuchado un rumor, el sonido de cascos de caballos que se acercaban y unas voces que gritaban imponiendo órdenes. Mis ojos no daban crédito cuando he comprobado que quien se aproximaba era.. ¡Napoleón Bonaparte! Llegaba en una carroza con una comitiva compuesta por él mismo acompañado de una elegante dama ataviada con un largo vestido de color mostaza, así como toda su guardia de corps, vestidos con uniformes de vivos colores. ¿Quién era esa misteriosa mujer? ¿Cuál, de todas sus amantes? Custodiado por la guardia imperial, el Emperador ha bajado de su carruaje y ha comenzado a caminar con ímpetu entre un público que se le acercaba curioso y expectante. Secretamente he deseado que todo le fuera mal, a la vez, debo reconocerlo, que ha generado en mí una máxima conmoción. Así se lo he susurrado a mi esposo al oído mientras observábamos sus movimientos en el campamento. El viento no cesaba, los pájaros volaban cada vez más agitados.
A la tarde ha estallado la batalla. Dura sin duda para los hombres, pero nadie puede imaginar la compasión que despiertan en mi las mujeres, curando a los heridos en el campo de fuego, llevándoles agua y arriesgando su propia vida. Los mutilados y los muertos caían en ambos bandos a lo largo de las horas de durísimo combate. Mi esposo seguía los acontecimientos con intensidad y nerviosismo ya que estaban en juego también sus intereses personales y los de toda la Nación. Yo me he mantenido alejada de la contienda durante bastante tiempo, contemplando el paisaje frondoso de los alrededores y muy temerosa del final de toda esta conflagración.
Mientras estaba sentada junto a un árbol, se ha aproximado muy cerca de mi un dragón imperial en su caballo, uno que se había alejado del campo de batalla. Parecía irritado, algo le pasaba a su montura, y se le veía ensimismado, enfurecido e inquieto por intentar dominar la situación. Sin mediar palabra... tal como ha llegado, se ha alejado trotando en solitario por el camino, siguiendo el ruido del cañón. Por un momento he dudado de mi cordura y he pensado si no habrá sido una fantasía de mi imaginación, tan enigmática y fugaz ha sido su presencia, casi fantasmagórica.
Mi esposo ha interrumpido mis pensamientos cuando ha llegado completamente airado informándome de que el ejército aliado, españoles y británicos, han perdido la batalla. Ha sido un duro golpe. El oscuro presagio que he temido desde el principio se había cumplido. ¿Qué va a ser de nosotros a partir de ahora?









